En uno de mis abúlicos días. En una tarde, sin nada que hacer, ni que escribir, me fui al puente internacional que une a Colombia con la República de Venezuela y meditando en blanco observé el trabajo de una cantidad de compatriotas en ésta zona de frontera.
No sé cuánto tiempo pasó, ni quiénes me vieron; lo cierto es que sentí una mano sobre el hombro y una ruda voz, como su semblante, preguntándome:
– ¿Qué haces?
Como en las películas me volví poco a poco. Era un joven de unos veinte años, quemado por el sol, vestido de pantalón corto, mejor dicho recortado a la altura de las rodillas, y cotizas.
Observando este hormiguero humano – le dije –
Se sonrió y pasó a preguntarme: ¿es usted contrabandista?
No – respondí – pero me gustaría conocer la historia de los contrabandistas.
Ajá – murmuró – ¿y a quién se la va a preguntar?
Dicen que Dios los hace y ellos se juntan – repliqué –
Rió a mandíbula abierta y disparó como una bala de cañón una apreciación muy personal: “si que soy retoche, yo le voy a contar el tejemaneje de ésta huevonada”
Le invité a tomarse algo pero me cortó tajante: “yo quiero una limonada pero que sea colombiana”. No le pregunté el por qué de esto y le acompañé en su intención. Nos sentamos bajo uno de los árboles del lugar y le miré interrogante. Entendió mi pregunta silente.
“Sabe por qué me he decidido a contarle esta vaina, pues toche, dígame si no es importante relatar todo lo que sufrimos, lo que nos asoleamos por conseguir algo para llevar a nuestras casas”
Saboreó otro trago de limonada colombiana y continuó:
“Ser maletero es una tochada muy arrecha. Levantarse a las cuatro de la mañana; porque usted sabe: Venezuela es una patria hermana pero allí no hay pesos sino bolívares, no se dice “quiubo mano” sino “coño vale”; para nosotros ellos son los hermanos venezolanos, para ellos nosotros somos los coño e madre colombianos; en Cúcuta ellos son los turistas, en San Cristóbal nosotros somos los hijos de puta indocumentados, pícaros, ladrones y coqueros…mejor dicho, son las únicas hermanas que no tienen nada de parecido, ni se quieren sus gentes”.
Miró hasta donde sus ojos podían divisar, pasó la mano encallecida por sus cabellos despeinados y reinició su exposición:
“Pero el problema no es ese, el problema del maletero es otro. Imagínese usted tener que llegar con éstas cotizas viejas, los pantalones recortados, con una hilacha de camisa para tener presentación, aunque el calor de nuestra tierra es para calcinarle los huesos a cualquiera”
No le interrumpí mientras quitaba con el dedo índice de su mano izquierda una hormiga que paseaba por el borde del vaso plástico que, no tenía ninguna duda, era venezolano.
“Esperar que lleguen los contrabandistas, pero no los pichirres esos que llevan dos kilos de harina pan y tres compotas, esos no, sino aquellos capos del contrabando, los que tienen arreglados a los guardias de la aduana, a los policías de la alcabala…a propósito, yo no sé que hacen esos retoches jodiéndose en la clase trabajadora; porque contrabandear es trabajo y bien arrecho; pagar a como pidan nuestros hermanos venezolanos, amontonar en alguna parte y comenzar a pasar en bolsas, en cajas, en la mano, a las costillas…esquivar la aduana, los policías y repagarle a los taxistas porque éstos son la mierda en pasta, no pueden ver una cajita porque ya no lo miran como una simple persona, no, lo miran como el marrano de turno. Después de lo anterior comienza la odisea en el terminal de Cúcuta y a lo largo de la carretera…mejor le cuento el final: lo que ganan no es mayor cosa, apenas les alcanza para comer mal junto a sus fami lias. Claro que el concepto de los de la aduana es que se están volviendo millonarios con los tres potes de leche y los tres tarros de aceite que llevan…mierda, éstos contrabandistas apenas subsisten con su trabajo lleno de problemas, de extorsión y chantaje en que se desenvuelven”
Otro trago de limonada, la mirada perdida y la voz como un susurro:
“Los que si son millonarios son los que nosotros ayudamos a pasar toneladas de aceite, de mayonesa, de leche, de repuestos. De esos hijueputas si se puede decir que tienen plata. Pagan lo que sea y pasan por la nariz de la mal llamada ley sin que se les diga nada. Claro, como les van a decir si el billete fue girado por adelantado para que lleguen hasta Cali, Medellín o Bogotá con su cargamento multimillonario sin perder una sola tuerca, o un solo pote de leche”
Le interrumpí para cuestionarlo: ¿y lo que sale en la prensa?
“Si usted no es bobo está por sacar el título – me dijo – por eso los sapos de la aduana tienen que desquitarse con los minoristas para que los periódicos fabriquen las noticias de que trabajan mucho pero todos sabemos cómo llega el agua al molino. Esas noticias son mentirosas; cada vez que las veo, cada vez que deletreo esos titulares, siempre que tomo un recorte de esos titulares, siempre que las oigo, siempre que tomo un recorte de esos periódicos me sabe a mierda venezolana”
– Pero…
“No perdamos el hilo, como dice mi cucho. Cuando llegan los peces gordos, los que no les importa que el rio Pamplonita se seque, que las calles estén llenas de huecos, que se roben los carros, que haya prostitución infantil; nosotros caemos como chulos a la presa y en unos minutos el caudaloso rio Táchira; que de caudalosos ya no tiene nada; se llena de maleteros y formamos, como usted dijo,el hormiguero humano. Ahí, en esa asoleada, en esa maltratada contra las piedras, en esa exposición de la vida”
¿Cómo así? – interrumpí tajante:
“…te parece extraño, no mijo, de pronto una bala puede cruzar el aire y dejarlo como canilla de muerto o pata de perro envenenado en pleno rio…ya varios han caído aquí y seguimos esperando que el gobierno colombiano se pronuncie…en todo eso nos ganamos el pan nuestro de cada día”
¿Otra limonada? – le pregunté para tratar de calmarlo y no tener que reafirmar esta clase de atropellos.
Si – respondió – y ya no me importa si es colombiana o venezolana.
Por qué ese cambio – le recriminé –
“Jajaja, porque mis tres hijos se han criado con el producido de éste trabajo y con potes de leche venezolana.
Compré dos jugos de naranjas venezolanas y volvimos al sitio donde habíamos estado.
“No todo es fácil. Una vez, los de la PTJ, que según nuestros hermanos venezolanos quiere decir Policía Técnica Judicial, pero traducido al idioma de los maleteros, perdone usted, quiere decir Partida de Tripl e y Jueputas…si, se lo digo sinceramente, esos uniformados no tienen alama y mucho menos corazón. ¡Qué toches más inhumanos! Mire, un día que amaneció diáfano, limpio el cielo de nuestra querida América, como decía Bolívar, llegamos todos, porque aquí hay antioqueños, vallecaucanos, santandereanos, costeños pacíficos y atlánticos, pereiranos, caldenses, mejor dicho de toda Colombia hay representación aquí. A propósito ¿qué profesión tiene usted?”
Estoy concluyendo mis estudios de Administración Pública – le dije –
Desconociendo mi respuesta agregó:
“…para una selección Colombia de maleteros no deben buscar técnico y mucho menos pelearse por encontrarla, se vienen aquí a La Parada y listo. Aquí está la mejor de todas…bueno, como le estaba contando, no estábamos lejos de la realidad, llegó un capo de Medellín, su especialidad repuestos para carros y motos, dinero para invertir, no se asombre, quinientos millones de pesos; un camión esperando la mercancía. Toda una mañana pasando, los treinta maleteros que él escogió, el contrabandito. Mientras tanto en la alcabala bajaban a las señoras que llevaban dos kilos de harina pan, ¡pobres maricones! Quitándole la arepita de una familia al desayuno mientras el paisa comiendo caviar y champaña en los mejores hoteles de Colombia… ¡Qué injusticia tan arrecha!”
“Diez mil pesos por cada viaje – dijo el tipo – era un buen negocio, cada uno haríamos un promedio de seis viajes, el día estaba asegurado”.
“A trabajar muchachos – dijo en su acento paisa – y se sentó en la parte delantera de la camioneta último modelo colombiana mientras se fumaba un cigarrillo nacional… ¡Qué ironía!
“Nos lanzamos en busca del primer cargamento pero una sorpresa nos esperaba – se opacaron sus ojos – el agua se fue tiñendo de rojo y uno a uno fuimos cayendo sentados para evitar mutilarnos los dedos de los pies…la PTJ había partido una cantidad de botellas de polar y las había regado por el camino imaginario que teníamos trazado en el agua. Los cascos se insertaron con fiereza en nuestras carnes pues todos queríamos llegar primero al otro lado para ganarnos diez mil pesitos más. La suerte nos deparaba esa jugada y la sangre de toda esa gama de maleteros de Colombia se unió entre el agua del rio Táchira para recordarnos que uno de los colores que ti ene la bandera de nuestra patria y la de Venezuela es el rojo, y que con sangre Bolívar escribió la historia libertadora de éstas repúblicas hermanas”
Se quedó silencioso durante unos segundos en los que no acertaba a preguntarle absolutamente nada. Todo estaba dicho. Era la verdad aunque muchos quisiéramos desconocerla.
“Y aquí estamos – dijo con tristeza – y aquí seguimos todos los días tras los peces gordos del contrabando. Se me olvidaba: todos muy bien referenciados y hasta con apellidos importantes. Esa es la vida: una pobre madre de familia hace mil piruetas y pide a todos los santos para que no le arrebaten la harina que será el sustento para sus hijos, mientras los camiones llenos de tantas cosas y de valores millonarios pasan tranquilamente por las alcabalas deteriorando la economía nacional pero consolidando el fraude, el chanchullo, el desangre de ésta nación para bien de unos pocos. A los maleteros escasamente les alcanza para comer, bueno nos alcanza para medio comer. Si no lo creen, o creen lo contrario, los espero aquí, en el puente internacional y hablamos de nuestra vida, de los pequeños contrabandistas, de los peces gordos del contrabando y, por qué no, de Bolívar y nuestros hermanos venezolanos”
El Maletero, Bautista Rodriguez, J.E., (2010), Interludio, Cúcuta, Colombia: Fuente Personal